Érase una vez, hace mucho tiempo, algunas personas dicen que a mediados del siglo XVIII en un hermoso y pintoresco pueblo ubicado en el quinto pino, cerca del mar Mediterráneo. En este pequeño lugar vivía una familia pobre pero feliz. La aldea contaba con menos de 100 habitantes. El cristalino río Ontario fluía en los bosques cercanos.
La madre Marta y el padre Stefan vivían en una casa de madera, tenían tres hijas y un hijo llamado Pedro. Como era difícil trabajar en el pueblo, papá, de costumbre, iba todos los días a la ciudad y trabajaba allí para mantener a la familia. Los hijos mayores iban a la escuela del pequeño pueblo de allí, donde aprendían a leer y escribir. Al hijo Pedro no le gustaba la escuela. Muy a menudo en lugar de ir a las lecciones iba al prado o al bosque y creaba varias cosas interesantes, por ejemplo: cucharas, tazas, ollas, escaleras. Más tarde se los traía a su madre y siempre resultaba que estos artículos eran de gran ayuda en las labores de la casa y en la cocina. La madre agradeció a su hijo, lo amaba mucho , vio lo talentoso que era, pero le pidió que no faltara las clases en la escuela. Pedro era una niño muy sensible. Veía lo duro que trabajaba su madre, especialmente lavar era una tarea difícil para ella. El realmente quería ayudar a su madre.
Una vez tuvo un sueño increíble. Soñó que sería rico y viviría en una casa grande y lujosa. Vio en este sueño un barril de agua en el que puso su ropa sucia y luego este barril comenzó a rodar montaña abajo y él estaba corriendo detrás de el. Se detuvo de repente y miró que su ropa estaba limpia, ya lavada. Se dio cuenta de que era un gran descubrimiento y gracias a esto su madre ya no tendría que lavarle su ropa interior a mano.
Cuando Pedro despertó por la mañana gritó: “Mamá, vamos a ser ricos, hoy no voy a la escuela, tengo una idea estupenda. Salió de la casa al cobertizo, tomó un gran caldera de metal, aros de madera, tornillos, cancel, martillo. Puso la caldera en la rueda giratoria. Luego ató un poste y conectó las dos ruedas con un cinturón. Al final de este dispositivo había una manivela. Cuando lo hizo girar, dio la vuelta, le echó agua y le puso jabón. Notó que cuanto más rápido giraba la caldera, más limpias estaban las cosas. Luego agregó una segunda caldera para enjuagar la ropa. Sobre el fuego calentó agua y la añadió a la ropa.
Mamá estaba muy feliz con el nuevo invento de su hijo. Tenía mucho mas tiempo y finalmente pudo descansar. Si no fuera por su hijo, no habría sido tan fácil con las tareas del hogar. Cuando los vecinos se enteraron de que Marta ya no lavaba la ropa a manos y no la enjuagaba en el río, comenzaron a llevarle a Pedro su ropa para que la lavara. Por supuesto le pagaban por este servicio y la situación económica de la familia mejoró mucho.
Un día, unos turistas estadounidenses visitaron ese pequeño pueblo y los habitantes les mostraron la lavadora automática de Pedro. Quedaron muy impresionados. Le pidieron a Pedro que los acompañara a su país y les ayudara a construir tales lavadoras. Pedro accedió a ir con ellos . A pesar de su aprehensión acerca de lo nuevo Pedro decidió superar su miedo y arriesgarse a irse. Los americanos dejaron mucho oro y dinero para toda la familia con los que los parientes pudieron construir una casa más grande. Papá ya no tenía que ir a trabajar a la ciudad. Ahora podría pasar mas tiempo con sus seres queridos.
Así se descubrió en todo el mundo el lavado en calderas rotativas. Cuando se inventó el motor en el siglo XIX, se adosó a la caldera y así poco a poco se fue creando nuestra lavadora automática.
Hoy en día las lavadoras de las principales empresas tienen hasta una docena de programas de lavado. Si a Pedro no se le hubiera ocurrido una idea tan genial, muchas amas de casa ahora tendrían una vida dura y poco tiempo libre.
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by Vela